viernes, 28 de abril de 2017

Ya no me duele

La sensación que sentimos con el dolor es realmente terrible. La angustia y desesperación no parecen tener fin. Terminan cuando este cesa, pero no siempre es fácil acabar con él. Dolor de cabeza, de espalda, de oídos, de muelas..., si el dolor fuera elegible, sería bastante complicado decidir el lugar en el cual queremos que esté presente. Es único como tal, pero sí es verdad, que se manifiesta de diferentes maneras en función de dónde se encuentre.

Pero es algo que no podemos elegir; cuando aparece y se queda, es muy complicado que salga de tus pensamientos. Pastillas, calmantes y relajantes, comienzan a hacer su trabajo, pero es algo provisional. El efecto de estos pasa rápido, y la causa vuelve al foco; el dolor revive en ti para volver a decir que está presente y que irremediablemente tendrás que hacerle frente de nuevo. Es un bucle tormentoso y a veces desconocemos cual es su límite.

Pero de repente un día, te levantas y caes en la cuenta que ya no sientes nada; el dolor se ha ido, ha desaparecido como arte de magia, y con él, todas sus incomodidades. Al principio actúas con cuidado y cautela, como incrédulo de que algo que te ha provocado tanto daño, ya no esté ahí. Ya no hacen falta ni pastillas ni otros remedios para mitigar esa angustia y fatiga que a causa del dolor, ha estado durante tanto tiempo presente en tu mente y que no conseguías de ninguna manera expulsarlo.

Por muchos esfuerzos que hicieras, manteniendo la calma, cambiando de posición, teniendo gran precaución en tus movimientos, no podías sacarlo de tí. Pero de repente, y casi sin esperarlo, se ha ido lejos y parece, o al menos eso crees, que ya no va a volver. Es más, al poco tiempo de haberlo hecho, es como si nunca hubiera existido, porque ni tan siquiera hay rastros de él. Es muy curioso esto del dolor; cuando existe y está presente, no hay nada más importante que él. Cuando desaparece, no tardamos nada en olvidar lo que hemos sufrido a consecuencia suyo.

El mayor de mis sobrinos, como muchos adolescentes de su edad, ha estado un tiempo sufriendo con eso del amor. Su relación la he vivido como una experiencia llena de altibajos; una auténtica montaña rusa cuyo recorrido era el perímetro de su corazón. Pero era algo de lo que no se podía desprender, estaba atrapado por el amor, a pesar del daño que le causaba y del dolor que supongo debía sentir en esa relación. Pero un día, armado de valor, y aún dispuesto a sufrir por un tiempo, decidió dejar la relación y tratar de recuperarse cuanto antes.

Estuve mucho tiempo viéndolo triste, afectado, dolorido, decaído y sin mucho ánimo de nada. Le preguntaba, pero sus respuestas eran evasivas y con poca información. Toda su atención entonces, estaba centrada en el dolor que sentía en esos duros momentos para él. Un dolor distinto al que había sentido antes durante esa relación, esa etapa anterior que llevaba e iba con dosis de alegría y donde ambos se intercalaban en el tiempo. Pero este dolor, el que tendría que sufrir mientras trataba de superar esa ruptura, era distinto. No se iba, pues no había calmantes que lo aliviaran.

Así que pasó un tiempo, y como el dolor era suyo, pues al final se convierte en algo individual, algo que tiene que gestionar cada cual a su manera, usando el mejor remedio que te haga sufrir lo menos posible. Y el tratamiento sobre el mismo, tuvo un largo recorrido, pero siempre se ha dicho que "el sufrimiento necesita un tiempo, y la alegría, otro". Y por fin ese otro tiempo llrgó, porque un día escribió con letras mayúsculas; "YA NO ME DUELE".

Supongo que no sería una sensación que le llegara de la noche a la mañana, o tal vez sí, pero sea como fuere, cuando eso ocurre con el amor, quiere decir que la indiferencia ha sustituido al dolor, y en consecuencia, haciéndolo desaparecer por completo, y con él, a los posibles restos que aún quedaban de amor. Al fin podría coincidir con esa chica y no sentir rabia, impotencia, sufrimiento...., en definitiva, ya no sentiría más ese dolor.

Es el dulce triunfo de la razón sobre el sabor amargo que a veces deja el amor. Ya estaba curado, ya estaba listo para enfrentarse a otras oportunidades. Ya podía vivir sus días sin esa sensación incómoda y persistente que tanto le dolía. Su cabeza está limpia, sin rastros de nada. Y como hay un proverbio que dice que "el cuerpo enferma cuando la mente no sana", él ya estaba curado por completo.

Hace dos días vi una fotografía suya actual, en la que aparecía con esa chica de nuevo. Ambos parecían sonrientes, felices, y no me cabe pensar otra cosa que lo estén disfrutando, pero yo no daba crédito a lo que mis ojos veían. Me parecía un sinsentido, y es algo que no podía esperar. Porque aunque el dolor sea en esos momentos inexistente, no por ello deja de ser dolor. Bien dicen que el dolor es inevitable, y el sufrimiento opcional.

Después de por todo lo que había pasado para curarse, de lo que había vivido y sentido, esta nueva situación me resultaba incomprensible. Supongo que el amor tiene esas cosas, pero a mi me confundió tanto que me resulta alguien irreconocible. Tengo que pensar que tampoco él se reconoce. Es posible que hayan vuelto, aunque, ¿también con ello el dolor?.

Pero bueno, me cabe pensar que ¡nadie se conoce a sí mismo hasta que no ha sufrido!!



Fuente de Cantos, 28 de abril de 2017. Fotografía realizada en una pared de Nápoles.


  

  

   

1 comentario: