viernes, 23 de junio de 2017

La envidia del pavo real

Hace unos días, caminando por los alrededores de un colegio, presencié un pequeño acto con una serie de actividades en las cuales participaban un grupo de chicos y chicas de unos 7-8 años de edad, y de lo que se intuía, era el final del curso escolar. En ese patio, y presididos por un sol de justicia, una de las maestras tuvo que intervenir en lo que parecía un pequeño altercado sin importancia entre dos de los alumnos, (aunque no lo era para uno de ellos), y con una discusión que supongo sería consecuencia de otra acción anterior. La cuestión es que uno de los chicos, se había sentido realmente ofendido por lo que consideraba un insulto por parte de uno de sus compañeros.

La maestra, en un intento de calmar al joven pupilo ofendido, se acercó a él para persuadirlo de que aquello que le había dicho su compañero, no tenía la menor importancia. Era el último día en el colegio y todo era secundario, pues lo que prevalecía en aquel momento, era la celebración del fin de curso y consecuentemente, el inicio del verano y con él, las ansiadas vacaciones. Pero el chico, no solamente estaba ofendido, sino que mostraba una gran irritación, con los puños apretados para sí, y con lágrimas en los ojos, insistió de la importancia de aquello, diciéndole a la maestra; "Es que me ha dicho que antes, jugando con otros compañeros, he hecho trampas. Y eso no es cierto. Lo que ocurre, que es un envidioso. ¡Envidia, es lo que él tiene!", dijo gritando para asegurarse que todo el mundo lo escuchara.

Y yo, que solamente presencié ese momento puntual del conflicto, se me vino a la cabeza si lo que aquel chico recriminaba al otro, eran solo eso, cosas de niños. Pero luego caí en la cuenta de la sociedad en la que vivimos, y en la que que por desgracia, los éxitos de algunos no sirven de ejemplos para otros. Tampoco de incentivos de motivación ni muestras, de que si alguien puede hacerlo, tú también. Lástima que vivimos a veces rodeados de personas que se preocupan del éxito de los demás, para precisamente corromperlo, más que para ensalzarlo. Y si no fuera para esto último, que tampoco tiene por qué ser necesario, lo más coherente y razonable es sentir indiferencia por aquello que otro consigue y no es a costa tuya. Porque está claro que nadie es como otro, ni mejor ni peor. Es otro.

No obstante, la ofensa que recibió aquel niño seguramente no sería menor a la proferida al otro chico, al que llamó "envidioso", porque pensándolo bien, puedes estar diciéndole con aquello que es un resentido, un fracasado, una persona insegura, o aún peor, una persona acomplejada. Y es que en estos casos, siempre he pensado que el problema lo tiene aquel que sufre la envidia, no el que supuestamente la provoca sin intención de ello.

Que bien le hubiera venido a ese niño, aquel chiste en el que un chico como él, volviendo del colegio llegó a su casa llorando y diciéndole a su madre que no aguantaba más, que sus compañeros de clase le decían que era un envidioso. Su madre, indignada, no tardó en calmar a su hijo para decirle que no se preocupara pues ella misma, iría a hablar con esos desgraciados y los mandaría al infierno. Su hijo, instintivamente no tardó en decirle; "No mamá, porque entonces se van a ir ellos y yo no"....

Pero yo siempre me he tomado esto de la envidia como algo un tanto absurdo. Mientras no sea extremadamente grave para el que la sufre y no provoque un daño colateral al otro como consecuencia de ella, digamos que puede ser incluso algo irónico. Pero tengo que reconocer que vivimos en una sociedad que es de pocos aplausos y sí de muchas zancadillas. 

Es como el caso de aquella serpiente que empezó a perseguir incansablemente a una luciérnaga. Al tercer día, ya sin fuerzas, la luciérnaga paró y le dijo a la serpiente, que antes de morir, necesitaba hacerle tres preguntas para al menos aclarar todo aquello. Preguntó la luciérnaga...

- ¿Pertenezco a tu cadena alimentaria?.

"No", contestó la serpiente.

- ¿Te hice algún mal?, volvió a preguntar. 

"No", respondió de nuevo la serpiente.

- Entonces, dime, ¿por qué quieres acabar conmigo?.

"Porque no soporto verte brillar"....


Por eso que hay que ser siempre auténticos, aunque nuestra luz moleste a otros. La envidia es una profunda rabia producida por el logro de otros: reconocimiento, familia, trabajo, pareja, amigos, seguidores.... Es un sentimiento destructivo de alguien que pretende quitar lo que ha logrado la persona objeto de su envidia. La excelencia y el éxito suele traer envidias. Nadie envidia a un miserable o a un mendigo.

Paseando con Helena no hace demasiado tiempo por los jardines de los Reales Alcázares de Sevilla, incomprensiblemente para mis ojos, que vi un pavo real subido en lo alto de un muro. Con su hermosa cola repleta de colores, bajo los rayos de sol, parecía un abanico de piedras preciosas y zafiros. Y es que el pavo real es una de las aves más bellas del planeta. Pocas se le pueden comparar..., aunque por allí se acercó un pato despistado, y a alguien se le ocurrió decir que también era, a pesar de su sencillez, realmente precioso. Y mira que aquel pavo real, ahí subido, despertaba una belleza inigualable, pero fue escuchar aquello, y entrar en una profunda tristeza. Seguramente sería un pavo real envidioso, que son los que piensan que el mérito de otros rebaja el de ellos. 

Curioso que ponga estos ejemplos, cuando estoy seguro que precisamente los animales no tienen ni la más remota idea de lo que significa la envidia, aunque venga bien usar cuentos que bien podrían aplicarse a los humanos de esta tierra...

"Estando en una de las playas de Brasil en que vi a un hombre vendiendo cangrejos. Llevaba en cada mano un cubo lleno de animales vivos. Uno estaba cubierto solamente con una malla, y el otro, tapado completamente. Así que decidí preguntarle;

- ¿Por qué ha tapado un cubo y el otro no?.

Entonces el vendedor me respondió...

"Porque vendo dos tipos de cangrejos; canadienses y argentinos. El cangrejo de Canadá siempre trata de salir del cubo; cuando lo consigue, los demás hacen una cadena, se apoyan unos a otros y así todos logran salir, por eso he tenido que ponerles una tapa. Los cangrejos argentinos también tratan de escaparse, pero en cambio, cuando uno intenta salir, los de abajo lo agarran y así ninguno escapa...."

¡Yo pensé para mis adentros, que éstos últimos cangrejos podrían ser, perfectamente, españoles!



Reales Alcázares de Sevilla. Fotografía de Helena Rocha. 23 de junio de 2017.




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