viernes, 25 de agosto de 2017

La tristeza es señora

Siempre ha llamado mucho mi atención el tránsito que hay en todos los aeropuertos, da igual de dónde, porque en cualquiera de ellos, incluso de los del sitio más recóndito del mundo, hay viajeros. Gente que va y viene, que lo hacen de un sitio y de otro, todos ellos identificados con un pasaporte, el cual solamente indica su procedencia, no hacia dónde se dirige, o su situación actual; qué es de su vida, conocer su estado de ánimo..., en definitiva, como solemos decir, no sabemos nada más de sus cosas.

Creo que mientras más se viaja, más te fijas en los pequeños detalles que te acompañan en tu trayecto, sobre todo cuando viajas solo a algún lado, y digamos, que es cuando tienes más tiempo para percibir lo que pasa a tu alrededor. Y eso precisamente me ocurre hoy, que reparas en detalles curiosos o en cosas que quieres apreciar en este preciso momento. Quizás las cosas que ves o que percibes, posiblemente sean más las que son consecuencia de tu estado de ánimo. Las personas embarazadas, ven embarazadas por todos lados; las personas que por circunstancias en un momento determinado llevan muletas para caminar, solo ven a cojos en todos sitios, y así, con cientos de cosas más.

Hoy de manera inconsciente,  y a pesar de ser un periodo del año vacacional para muchas personas, veo a mucha gente triste. Será que un aeropuerto tiene tanta concurrencia, de tantas y tantas personas distintas de todo el mundo, que el estado de ánimo va en cada rostro y se manifiesta de miles de formas, tantas como viajeros. Pero hoy, veo sonrisas apagadas, observo lagrimas cayendo de cientos de mejillas, me encuentro con expresiones profundas de soledad...., pero es que esto es la vida. 

Sin embargo también ocurre al contrario, y es que a veces sin saber de qué manera, sin que nadie te lo vea o perciba, lees algo que resulta que está en sintonía con tu estado de ánimo actual, y resulta que es ese texto el que te lleva a reflexionar sobre eso precisamente. Así que ayer leí algo que me gustó, aunque a decir verdad quedé sorprendido, porque suelen ser de estas cosas que lees relacionadas con los sentimientos, pero que las pensabas de otra manera, o que de ponerle “cara”, a lo mejor lo imaginabas con otro rostro. Pues bien, leí un texto de una tal Paola Klug, que dice lo siguiente:

“Decía mi abuela que cuando una mujer se sintiera triste lo mejor que podía hacer era trenzarse el cabello, de esta manera el dolor quedaría atrapado entre los cabellos y no podría llegar hasta el resto del cuerpo; había que tener cuidado de que la tristeza no se metiera en los ojos pues los haría llover, tampoco era bueno dejarla entrar en nuestros labios pues los obligaría a decir cosas que no eran ciertas.

Que no se meta entre tus manos- me decía- porque puedes tostar de más el café o dejar cruda la masa. Y es que a la tristeza le gusta el sabor amargo. Cuando te sientas triste niña, trénzate el cabello; atrapa el dolor en la madeja y déjalo escapar cuando el viento del norte pegue con fuerza. Nuestro cabello es una red capaz de atraparlo todo, es fuerte como las raíces del ahuehuete y suave como la espuma del atole.

Que no te agarre desprevenida la melancolía mi niña, aun si tienes el corazón roto o los huesos fríos por alguna ausencia. No la dejes meterse en ti con tu cabello suelto, porque fluirá en cascada por los canales que la luna ha trazado en tu cuerpo. Trenza tu tristeza, decía, siempre trenza tu tristeza… Y mañana que despiertes con el canto del gorrión la encontrarás pálida y desvanecida entre el telar de tu cabello….”

Yo tenía entendido que la tristeza se presentaba de otra manera, o sencillamente que venía con otras formas, otro rostro. Que la tristeza es una señora, y que ciertamente envejece contigo, que ha sufrido como tú y cada vez está más desgastada, cosa que la hace más fuerte, (no sé si esto es para bien o para mal). Pero sí, la tristeza es una señora, que tiene sus cabellos plateados, que va endureciendo su imagen cada vez más, y que tiene alguna que otra cicatriz, cómo no. 

Así me la imagino yo; delgada pero fuerte, descuidada pero elegante, sofisticada pero informal. Así la veo yo, como una señora que llama a tu casa, y tienes que dejarla pasar. Que puede simplemente pasar a tomar un café contigo, o estar allí toda la tarde. A veces incluso días y semanas, sin decir nada, en silencio. Otras en cambio resulta habladora, entrometida en tus asuntos, pero estas son las veces que menos. Así he descubierto que es sabia, pero humilde. Sencilla pero tan compleja como tú quieras verla. Y para mí, insisto, que es una auténtica señora, muy respetada y a tener en cuenta.

Claro que puede manifestarse y presentarse en tu casa por muchos motivos; puede ser porque has sufrido alguna decepción, por melancolía, amor, desamor, nostalgia, soledad, toma de decisiones importantes o tener que acatar otras que no has tomado tú..., además de la más común, como es la pérdida de un ser querido. Pero muchas son las veces que te llega, sin saber por qué. Y si ya de por sí es triste estarlo, más aún lo es no saber por qué lo estás.

Solo hay algo que siempre me ha resultado muy curioso, bastante llamativo. Y es que, a pesar de todo lo educada que pueda llegar a ser esta señora, incluso siendo tan correcta, nunca pide permiso para entrar. En unas ocasiones con más motivos que otros, pero también pasa que toca a tu puerta sin más, y ya debes dejarla pasar.   

Eso sí, también ocurre muy a menudo, que igual que llega sin avisar, se va sin despedirse. Incluso a veces, he visto que me ha sonreído al marcharse….



En el aeropuerto de Madrid, a 25 de agosto de 2017. 




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