viernes, 8 de septiembre de 2017

La fe y la palabra

Llegué al pueblo de Atyrá y tenía la curiosidad en comprobar si era, tal y cómo su fama precedía, el municipio más limpio de todo Paraguay. Y es que todo el mundo hacía referencia a él en ese sentido, y nada más llegar allí, apenas recorriendo sus primeras calles, efectivamente pude comprobar que aquel pueblo no solo destacaba por ser muy limpio, sino que había algo en él que lo hacía aún más distinto a los demás. Quizás era la mentalidad del atyreño que los hacía diferentes, tal vez por su hospitalidad, más intensa aún si cabe, pero quise descubrir de dónde venían aquellos motivos que diferenciaban muy mucho a ese pueblo del resto. 

Entonces fue que pregunté, (más tarde descubrí que me hubiera ahorrado cualquier pregunta), pues la gente no tardaba en hacer referencia a quien consideraban que cambió por completo la vida de todos ellos, e insistían que de quien se trataba, era una persona que no fue por sus palabras, sino por sus acciones; 

".... bueno, es que aquí tuvimos por algunos años un Intendente (alcalde) que , aunque al principio todos pensábamos que estaba un poco loco, no hizo otra cosa que de a poquito transmitirnos y contagiarnos de sus valores a través de gestos y acciones que hicieron que la vida de este pueblo y sus gentes, cambiaran por completo".

Supongo que en apenas diez días es difícil conocer la idiosincrasia de un país, la forma de ser de sus gentes, sus costumbres o las cosas que los distinguen, pero sí que puedes conseguirlo si convives con ellos y te implicas de manera intensa. Y eso me ha ocurrido a en mi estancia en Paraguay, dónde desde el primer día, y debido a la tarea que allí me llevaba, desde que me levantaba hasta que iba a descansar, he hablado, actuado, compartido, y recorrido todas mis aventuras con muchas personas de allí, de todo tipo de clases, de caracteres...., y eso al menos, ha dado lugar a que pudiera conocer de primera mano cómo son las personas de este país, al menos de tener una idea aproximada de ello.

Tengo que volver a destacar su hospitalidad, su buena educación y respeto como parte muy positiva de ellos, pero también me costaba verlos en acción, pues tal y como allí decían sobre ellos mismos;

"¡los paraguayos seguimos teniendo mucha fe!". 

--Pero díganme..., ¿fe en qué?--, les preguntaba yo. 

"Pues fe. Sencillamente, fe solo hay una", me contestaban sin más. 

Entonces claro, yo no tardé en entender, que tal y como ocurre muchas veces en algunas cosas determinadas de la vida, o en la forma de ser de alguna gente, le fe puede llegar a convertirse en la excusa perfecta sobre la situación de cada cual, la justificación de que estamos como estamos, no como consecuencia de nuestras acciones, sino más bien por lo que nos ha tocado vivir. Y es que a veces la fe, o confiar tanto en ella, puede llegar a generar situaciones disparatadas por consecuencia de no hacer otra cosa que eso, que simplemente tener fe en lugar de palabra (más relacionado con la acción de creer).

Digamos que como aquel cuento que decía que... 

"Un alpinista, desesperado por conquistar el Everest, inició su travesía después de años de preparación, cometiendo el error de subir solo, sin compañeros, pues quería toda la gloria para él.

Empezó a subir de buena mañana sin detenerse en ningún momento, se fue haciendo tarde y más tarde, pero no se detuvo para acampar, sino que continuó subiendo decidido a llegar a la cima, pero la noche cayó. Una noche terrible, cerrada, cielo cubierto, no se podía ver absolutamente nada...

Y en su insistencia de subir, ya a apenas cien metros de la cima, el osado alpinista resbaló y cayó a gran velocidad... Solo podía ver manchas más oscuras y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad. ¡Iba a morir!. Sin embargo, de repente, sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos...

¡Sí, como todo buen alpinista, había clavado estacas de seguridad con mosquetes a una larguísima soga que lo amarraba de su cintura. En esos momentos de quietud y en aquella terrible y oscura noche, no le quedó más remedio que gritar.

-¡Ayúdame, Dios mío!. ¡Ayúdame Dios mío!. 

Y una voz grave y profunda de los cielos, le contestó:

"¿Qué quieres que haga?".

- ¡Sálvame Dios mío!.

"¿Realmente crees que te pueda salvar?".

-Sí, claro que puedes Dios mío-.

"Entonces, ¡corta la cuerda que te sostiene!.

Hubo un momento de silencio y quietud. El hombre se aferró más a la cuerda, y reflexionó...

Cuenta el equipo de rescate que al día siguiente encontró colgado a un alpinista muerto, congelado, agarrado con fuerza, con las manos y los pies, a una cuerda....¡A sólo dos metros del suelo!".

La fe mueve montañas..., pero tenemos que, en verdad, vivir la vida con fe, sobre todo en nuestras acciones o en nosotros mismos.

Pero, ¿por qué el atyreño era distinto?. 

"Nuestro Intendente por aquel entonces, hace más de 20 años, se llamaba Feliciano Martínez Morales, (pues ya falleció), y un día, de buenas a primeras, salió de su casa y comenzó a barrer su puerta. Al día siguiente, llegó un poco más allá, y barrió toda su calle, limpiando cada rincón y recogiendo toda la basura. Pero es que cada día avanzaba un poco más, limpiando otra calle distinta, otra plaza o cualquier lugar distinto del pueblo.... Entonces, alguien decidió unirse a él cada mañana, pero después lo hicieron otros, y cada vez más gente, hasta que el gesto, se convirtió en hábito, y a día de hoy, todos los ciudadanos de aquí, no solo limpian, sino que pintan las plazas, plantan los arboles, y todo eso, es fruto de la acción que este buen hombre, decidió llevar a cabo un día".

Así me narraba la historia de este pueblo Oscar Alegre, gran persona y dueño de la casa dónde me alojé durante cuatro días en Atyrá. 

"Mira lo que aquí pone", me dijo señalando un cartel ya desgastado por el paso del tiempo, que colgaba de la entrada del pueblo. Dice el cartel... "Atyreños hagamos de nuestra ciudad la más limpia del país".

-¿Quién puso el cartel?-, le pregunté entonces a Oscar.

"Lo puso él, nuestro Intendente", -- me contestó --. "Pero eso hizo que pensáramos más si cabe que estaba un poco loco, pues al contrario de lo que pudiera parecer, lo puso el día antes de empezar él mismo a limpiar el pueblo..."

Y Feliciano quizás estaba loco, pero loco por mantener unos valores y enseñárselo a los demás...



Atyrá, Paraguay, septiembre de 2017. Fotografía de Jesús Apa.
   

  

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