viernes, 15 de septiembre de 2017

El destino como un cuento

Siempre que hablamos del destino solemos hacerlo para referirnos a que nos han ocurrido cosas buenas que éste nos tenía reservado. Lo adulamos, pues pensamos que siempre nos esperan cosas positivas y depositamos toda nuestra confianza en algo casi espiritual (en cambio, en muchas ocasiones, esas buenas cosas dependen en su totalidad de nosotros mismos). Pero es que nos gusta tanto olvidarnos de nuestro compromiso con él, con ese destino al que nos encomendamos para que traiga solamente alegría y dicha a nuestra vida, que incluso cuando se presenta alguna desgracia a nuestro alrededor, parece que nunca nos tocará a nosotros, porque nos limitamos a decir sobre esa persona; "es lo que le tenía deparado el destino", como si hubiera ocurrido en el sistema lo que comúnmente denominamos como  "error fatal". 

Pero, ¿y por qué no pensar a veces que el destino nos puede estar esperando ahí fuera con cosas no tan buenas?. ¿Y si el hecho de pensar así, de manera contraria a la habitual, pero sin crearnos un trauma, resulta que hace que disfrutemos más de todo y con mayor intensidad?. Quizás eso surta efecto para vivir el presente como "Dios manda", y sin esperar nada de nadie (valga aquí la redundancia sobre ese "algo espiritual"). A veces ocurren cosas en la vida, o presenciamos situaciones dramáticas cercanas, tan sumamente injustas, que acabas pensando que eso del destino es un cuento, y en el que al contrario de lo que ocurre en la mayoría de éstos, eso de comer perdices es solo una visión imaginaria de nuestra fortuna. 

Así que cuando suceden situaciones tan desafortunadas y que nos tocan directamente, o sentimos que ciertas desgracias podían habernos ocurridos a nosotros, no nos queda más remedio que hacer un esfuerzo por entender la vida, que a veces es tan complicada como comprender eso del destino. Ojalá todo lo que ocurre pudiera ser explicado como un cuento, donde a través de una pequeña historia, una reflexión, una moraleja, tratamos de buscar razones sensatas y convincentes a las cosas cotidianas. Será por eso que me gustan tanto los cuentos....

Dicen que hay tres modos de leer un cuento....

Primero, leer el cuanto una sola vez. Este modo sirve únicamente de entretenimiento. Segundo, leer el cuento dos veces y reflexionar sobre él, sacarle el máximo jugo. Y tercero, volver a leer el cuento después de haber reflexionado sobre él y dejar que el cuento le revele a uno su profundo significado interno. Un significado que va mucho más allá de las palabras. 

A mí me gusta leerlos de esta última manera, a veces, metiéndome dentro de él, siendo el principal protagonista, para así conseguir entender ciertas cosas de la vida. Pero, sobre todo, hay que tener en cuenta que cada uno de los cuentos tiene que ver con uno mismo, no con cualquier otra persona. Será por eso que pienso que el destino es como un cuento....

"Escuché en cierta ocasión en uno de esos cuentos, aquel en el que se decía que un sabio indio llamado, por ejemplo Yehai, partió en peregrinación hacia el templo de un conocido profeta, llamado en este caso Zendú. 

Una noche el indio se detuvo en una pequeña aldea y le dieron asilo en una choza de una pobre pareja. A la mañana siguiente, antes de que marchara, el hombre le dijo a Yehai;

-- Ya que vas a ver al señor Zendú, pídele nos conceda un hijo a mi y mi mujer, porque son muchos años ya los que llevamos sin descendencia. --

Cuando Yehai llegó al templo, dijo al profeta; "Aquel hombre y su mujer fueron muy amables conmigo. Ten compasión de ellos y dales un hijo".

El profeta Zendú, de un modo tajante, le replicó; -- En el destino de ese hombre no está el tener hijos. -- De modo que el indio Yehai, una vez hecha sus devociones, regresó a casa. 

Cinco años más tarde emprendió la misma peregrinación y se detuvo en la misma aldea, siendo hospedado una vez más por esa hulide pareja. Pero en esta ocasión había dos niños mellizos jugando a la entrada de la choza.

"¿De quién son estos niños?", preguntó Yehai. -- Míos --, respondió el hombre. Yehai quedó desconcertado...

Y el hombre prosiguió; -- Hace cinco años, poco después de que tú te marcharas, llegó a nuestra aldea un santo mendigando. Nosotros le dimos hospedaje aquella misma noche, pues resultaba un señor muy amable. Y a la mañana siguiente, antes de partir, bendijo a mi mujer..., y el Señor nos ha dado estos dos hijos. --

Cuando el indio Yehai lo oyó, no pudo esperar más y marchó decidido al templo, y una vez llegó, gritó desde la misma entrada dirigiéndose al profeta Zendú; "¿No me dijiste que no estaba en el destino de aquel hombre el tener hijos? ¿cómo es que ahora tiene dos?".

Cuando el profeta lo oyó, rió sonoramente y dijo; -- Debe haber sido cosa de un santo. Los santos tienen el poder de cambiar el destino.... --".


Si has leído este cuento y he conseguido entretenerte, digamos que he logrado el objetivo principal del mismo.

Si en cambio has leído el cuento dos veces, pues posiblemente pienses como yo, que el destino de cada uno no debe depender de lo que los demás deseen sobre él. O que el destino no existe sino que somos nosotros los que hacemos nuestro destino y nuestras vidas, paso a paso. O tal vez puedas pensar que a veces es tan caprichoso, que es un cuento eso de que el destino no puede cambiarse.

Pero si en cambio lo lees por tercera o más veces, quizás, no sé, te de por pensar que no hay que fiarse mucho de la gente que va tratando de ser "un santo" por la vida....




Fuente de Cantos, 15 de septiembre de 2017. Imagen libre en la red.



  


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