viernes, 24 de noviembre de 2017

Un minuto de Gloria

No imaginaba que aquella noche sería distinta a las demás, entre otras cosas porque cuando salí de mi cuarto volví a verte asomada a la ventana, como de costumbre. Tu frente apoyada  al cristal, y ahí estabas tú; inerte, sin alma, solo esperando que ocurriera lo de siempre. Te percataste de mi presencia pues giraste tu cuerpo y tu cara quedó frente a la ventana. No querías que viera tus lágrimas.

"Mamá, es muy tarde. Ven conmigo a la cama". Traté de tirar de ti agarrando tu brazo, pero seguiste allí. Tu reloj maraca la 1:23 am.

Y volvieron más tarde a despertarme aquellos ruidos, esos golpes fuertes y secos a los que ya estaba habituada y que nunca me atreví a descubrir saliendo de mi cama, entre otras cosas porque un día te prometí no hacerlo. Pero esa noche te oí gritar, cosa que nunca antes había ocurrido. No podía quedarme quieta a pesar del temor que sentía.

No quiero detallarte lo que mis ojos vieron en la sombra, no quiero recordarlo más. Pero no puedo olvidar que allí estaba él, ese tipo asqueroso que un día fue mi padre. Posado sobre ti, babeando mientras dormía la borrachera encima tuya. Me acerqué y quisiste tapar tu cara, pero había demasiada sangre en ella. 

Quisiste revolverte y entonces él se despertó, me descubrió allí, a vuestro lado, a tu lado. En un primer momento me empujó y me gritó. Yo no me moví de tu lado, y tenía miedo, pero tú te asustaste (aún más). Él volvió a empujarme y a decirme barbaridades, se levantó hacia mi, pero ahí tú reaccionaste. Ya no pudiste consentir que ocurriera nada más.

Lo golpeaste con tanta fuerza que cayó hacia atrás. Su embriaguez te daría algo de ventaja por esta vez. Te vestiste rápidamente, me tomaste en brazos con fuerza, y cogiste las llaves del coche. Fuiste corriendo a la calle, sin mirar atrás. Sabías que dispondrías de poco tiempo. Intuías que él vendría con todas sus fuerzas a por nosotras.

Entramos en el auto y encendiste a duras penas el motor. Cerraste por dentro. El reloj marcaba las 3.54. Él no tardó en llegar hasta nosotras. Dio un golpe en el cristal, y esta vez escuché por su parte lo que otras veces, aunque ya no tuve que preguntarte por qué te repetía aquello cada mañana.

-- Perdóname, Gloria por favor. Perdóname. Te prometo que no volverá a pasar. --

Tú no desviaste la mirada del frente, aunque seguías temblorosa y sollozando. Pero esta vez tuviste la fuerza que necesitabas, y que según tú, sacaste de mi. Aceleraste el auto y lo dejamos atrás, a pesar de que él seguía torpemente corriendo hacia nosotras. 

El reloj marcaba las 3.55 en ese mismo momento.

"¿A dónde vamos mamá?". Recuerdo que te pregunté.

-- A algún lugar mejor --, me dijiste.

"¿Y tardaremos mucho en llegar?"

-- No lo sé hija --, me respondiste, esta vez girando tu cara hacia mi. -- Ahora tenemos todo el tiempo del mundo --. Me sonreíste tímidamente.

"Realmente solo necesitabas un minuto", pensé para mis adentros..... 


Valladolid, 24 de noviembre de 2017. Fotografía libre en la red.


   

3 comentarios:

  1. Me faltan las palabras....
    Cuando se acabará esta lacra⁉⁉⁉

    ResponderEliminar
  2. Me identifico con tu historia, con otras circunstancias.
    Que Goliat tan grande y qué valor para enfrentarlo.
    Me hiciste recordar el mensaje de como enfrentar a tu Goliat, Te lo comparto: https://discursosud.wordpress.com/2015/03/16/afrontad-a-vuestro-goliat/

    Saludos Jesús!

    ResponderEliminar