viernes, 2 de marzo de 2018

Una de vaqueros

Ocurrió anoche. Hubo un fuerte ruido en la calle. Un bullicio como de cascos. Sí, ese sonido característico que acompaña a las pisadas de los caballos. En un cálculo rápido pensé que pudiera haber al menos una treintena de ellos. Luego descubrí que eran algunos menos. Llegarían a la puerta de mi casa al galope y pararon con una frenada en seco, levantando una polvareda descomunal que podía percibirse a pesar de la oscuridad. Cuando de una patada abrieron mi puerta no hubo preámbulos ni cortesía. -- Necesitamos que esta semana escribas sobre nosotros --. Y entraron pasillo adelante, como si conocieran las estancias de la casa al dedillo.

Allí, metidos en la cocina, tenía ante mí a siete tipos con dura apariencia, vestidos de vaqueros, de los de toda la vida, de los que estamos acostumbrados a ver en las películas. Ropas desgastadas, de varios colores; beige, marrón oscuro, negro. Un vestuario clásico y reconocido, formada por pantalones anchos, camisa larga y chaleco sin mangas. Algunos con un pañuelo alrededor de su cuello. Botas camperas con espuelas en su parte posterior y un sombrero de cowboy cada uno de distintas formas y tamaños.

Cada uno alrededor de su cintura, portaba un arma sobre su funda y cuyo perímetro estaba repleto de balas. Las expresiones de sus caras eran típicas de quien lleva tiempo vagando por ahí, o quizás perdidos. También tenían cara de cansancio, o de aburrimiento más bien. Antes que les dijera nada, alguno de ellos abrió uno de los armarios y sacaron vasos que no tardaron en llenar del whisky que encontraron por detrás de la barra dónde guardo las bebidas. Se servían a su antojo, a palo seco.

"No entiendo muy bien señor, qué quiere decir con eso", me atreví a hablarle, después de mucho rato tragando saliva.

-- Usted es escritor, ¿no es así? --, me preguntó mientras se interesaba por la etiqueta de la botella de la cual se servía el whisky.

"No, claro que no lo soy. Ni escritor, ni nada que se le parezca", le dije en un tono un poco más envalentonado. 

-- No importa, necesitamos alguien que tenga mucha imaginación --

"Lo siento, pero no es mi caso", me atreví a interrumpirle. Por su mirada desafiante, no lo volvería a cortar más.

-- Mis hombres y yo estamos aburridos y eso nos preocupa. No encontramos una buena aventura desde hace muchos años. Ya nadie nos quiere meter en sus historias; dicen que nuestra época ya pasó... Así que hemos decidido tener nuestro propio escritor, y de paso, que procure dejarnos con mejor fama que la que actualmente tenemos --

Aquello no podía ser, no era buena idea meterme en ese embolado. ¿Y si no les gustaba? ¿Y si tomaban represalias contra mí? Tenía que salir de aquel atolladero como fuera. Necesitaba quitarle aquello de la cabeza.

"Lo siento, no es mi género. Nunca he escrito nada sobre Western"

-- Eso no importa. Pónganos en el género que quiera --

"Pero eso no funciona así. Necesito inspiración"

-- Búscala. La gente dice que la inspiración está dónde nunca has buscado. Actúa como quieras, pero piensa algo y que sea en condiciones--

"¡No es tan fácil!"

-- Pues bebe conmigo, el alcohol te ayudará --, me dijo mientras llenaba un vaso para mí. Me obligó a beber varios, uno detrás de otro, incluso perdí la cuenta. Bebía y llenaba de nuevo mi copa, y así repetidamente. 

Acabó su última copa de un solo trago, se acercó todo lo que pudo a mi cara, y con un fétido olor a alcohol me dijo; -- Tienes un día para escribir, ni uno más. Ya puedes ir pensando algo interesante. De lo contrario, te batiremos en duelo --, y regresaron por dónde habían venido.

Y aquí estoy ahora, intentando escribir "una de vaqueros", con una enorme resaca y un terrible dolor de cabeza... No estoy acostumbrado a tanto whisky.



Cabeza la Vaca, 2 de marzo de 2018. Imagen libre en la red.

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