viernes, 22 de junio de 2018

De amaneceres y ocasos

En cada amanecer tenemos la oportunidad de disfrutar de un nuevo día y, con éste, un sinfín de oportunidades de conseguir que nuestra existencia merezca la pena. Ese es el mensaje del sol cuando alumbra una nueva jornada, por eso que es un privilegio esperar ese momento cada mañana y contemplar su salida.

Ninguna presencia en el mundo puede, como el sol, introducir en nosotros el orden y la armonía, darnos la luz, el amor, la paz... Es la fuente de energía por excelencia. Que brota, que vibra..., y provoca en ti el mismo resultado. Me cuesta trabajo pensar que hay personas en el mundo que donde viven, apenas si disfrutan de unos pocos días al año de los rayos del sol. Científicamente está más que demostrado que el sol influye directamente en tu estado de ánimo pero sobre todo, en tu salud. Aunque pienso que va más allá de todo eso.

Reflexionando sobre estas teorías, precisamente en esta mañana, pensaba lo que supone el amanecer, incluso los momentos previos a éste, antes de que el sol haya salido, para ver las primeras luces del alba. Pero es que hay dos momentos en los que el sol, para cualquiera de nosotros, adquiere mayor protagonismo, o se le presta mayor atención. Uno es éste, el amanecer, donde esperamos sobrecogidos su descubrimiento; el otro es el atardecer, donde esperamos agradecidos a que finalice el día que acabamos de vivir.

Aunque resulte difícil de explicar, he escuchado que es importante aprender a mirar el sol, tanto en el instante que sale y brota el primer rayo, como cuando aparentemente a nuestros ojos, se está apagando.

"¿Aprender a mirar al sol? ¿De verdad hay distintas maneras de mirar u observar el sol?" 

También fueron las mismas preguntas que yo me hice, sin entender muy bien el sentido de aquello.

- Así es - , me dijeron. - Hay distintas formas de entender el mensaje que cada nuevo día nos da el sol. Te lo explicaré mejor con un cuento -.

Así fue como me contaron ese cuento que dice que...


"El sol se despedía de aquel antiguo y extenso Imperio. El vasallo caminaba junto a la anciana dueña de aquel molino amarillo. Iban conversando sobre la vida.

- "¿Qué es lo que más te gusta de la vida, anciana?"

La viejecilla del molino amarillo se entretenía en lanzar los ojos hacia el ocaso. Así fue que dijo;

-- Los atardeceres --

El vasallo preguntó confundido:

- "¿No te gustan más los amaneceres? Mira que no he visto cosa más hermosa que el nacimiento del sol allá, detrás de las verdes colinas de nuestro Imperio"

Se creó un pequeño silencio. Y, reafirmándose en lo dicho, agregó:

- "¿Sabes?... Yo prefiero los amaneceres", volvió a decir mirando a la anciana.

Ésta dejó sobre el suelo la canasta de espigas que sus arrugadas manos llevaban. Dirigiéndose hacia el vasallo, con tono de voz dulce y conciliador, dijo:

-- Los amaneceres son bellos, cierto. Pero las puestas de sol me dicen más. Son momentos en los que me gusta reflexionar y pensar mucho. Son momentos que me dicen cosas de mí misma.

- "¿Cosas? ¿De ti misma...?, inquirió el vasallo". No sabía a qué se refería la viejecilla con aquella frase.

Antes de cerrar la puerta del molino amarillo, la anciana añadió:

-- Claro. La vida es como un amanecer para los jóvenes como tú. Para los ancianos, como yo, es un bello atardecer. Lo que al inicio es precioso, al final lega a ser plenamente hermoso. Por eso prefiero los atardeceres.... ¡Mira!

La anciana apuntó con su mano hacia el horizonte. El sol se ocultaba y un cálido color rosado se extendió por todo el cielo de aquel lejano Imperio.

El vasallo guardó silencio. Quedó absorto ante tanta belleza...


Cabeza la Vaca, 22 de junio de 2018. Fotografía de Jesús Apa.

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