viernes, 9 de noviembre de 2018

En el parque

Hacía mucho tiempo que no me sentaba en el banco de un parque a descansar y al pasar por ese, sentí la atracción de hacerlo nuevamente. No sé muy bien por qué motivo, pero parar y sentarse en un parque se ha convertido en algo que ya no es muy habitual, y mira que son sitios agradables y tranquilos. Debe ser que preferimos descansar o entretenernos en otros ambientes. También es cierto que los bancos no suelen ser muy cómodos. Se ve que están hechos para pasar ahí sentado solo por poco tiempo; "de esta forma nadie siente la tentación de apropiarse de él", pensé para mis adentros.

El cielo estaba limpio y claro, aunque solamente podía apreciarlo a través de pocos puntos de visibilidad, ya que la vegetación del parque era frondosa y fértil. Pero aún así, los pocos rayos de sol que penetraban se agradecían y provocaban una temperatura idónea para no pasar frío (tampoco calor). Así que, con esta justa medida térmica, decidí quedar tranquilo ahí sentado. 

El banco era de madera, robusto aunque desgastado, y estaba frente a un pequeño sendero el cual a su vez, se comunicaba en su trazado con muchos otros, todos ellos bien cuidados, señal que por allí debía pasar mucha gente. Una hilera de diferentes tamaños de setos marcaban la entrada y salida a los distintos espacios. Pequeños riachuelos llegaban a un lago artificial, del cual a buen seguro regresaban a su inicio a través de algún bombeo el curso de cada pequeño arroyo. La sensación de paz y tranquilidad no podía estar más presente.

Ya acomodado, saqué mi teléfono del bolsillo y empecé a entretenerme con él. Mandé varios mensajes, ojeé un poco la prensa del día, creo que también llegué a mandar algún email y poco más tarde entré de lleno en las redes sociales que tengo instaladas. "La cantidad de cosas que pasan aquí todos los días", pensé para mí, creo que cómo de costumbre pensará cualquiera.

En esas andaba mi distracción cuando en cierto momento comencé a sentir un poco de frío. Parecía que el sol estaba ya poco presente. Alcé la vista y fue entonces que a pocos metros encontré a un tipo apoyado en un árbol. Era delgado y se conservaba bien aunque aparentaba tener una edad avanzada, ya que su sombrero dejaba ver algún pelo canoso en su testa pero se presentaba bien arreglado en su vestimenta. No llevaba nada en sus manos, y éstas las tenía entre-enlazadas con sus brazos provocando una actitud a la defensiva. Además, descaradamente me estaba mirando y no parecía quitarme la vista...

"Hola señor. ¿Le ocurre algo? ¿Nos conocemos?", decidí preguntarle con el mismo descaro con que él me miraba.

- No, no pasa nada. -

"¿Entonces...?"

- Entonces...¿qué? -, volvió a contestar el señor.

Me encogí de hombros, para evitar una nueva pregunta en aquella incómoda situación, y parece que surtió efecto.

- No, disculpe. No quiero incomodarlo, pero es que ese es el banco dónde suelo sentarme a diario y lleva usted ahí más de una hora, pero es evidente que el parque es muy grande y hay muchos más... -.

"Entonces quiero pensar que no hay ningún problema en que yo lo haya ocupado, ¿verdad?"

 - Claro que no, en absoluto. Solo que me ha llamado poderosamente la atención que en todo ese tiempo usted no ha levantado la mirada de su teléfono... -

"Bueno..., tal vez. Pero es que aquí no pasa nada. Me estaba entreteniendo con él".

- Pasa, claro que pasan cosas. Y usted perdone señor, y de verdad que no pretendo incomodarle, pero lo que sucede es que simplemente usted no ve lo que ocurre en la realidad. Porque sin embargo, dónde estoy seguro que pasa siempre lo mismo, es en su teléfono -

Me levanté para no alargar más aquella absurda situación, y me fui pensando en que en los parques ya no ocurre nunca nada, menos aún si llevas tu teléfono. Cómo han cambiado...



Central Park, New York, noviembre de 2009. Fotografía de Rubén Cabecera.


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