viernes, 7 de diciembre de 2018

El hada y el duende

El pequeño duende al fin decidió salir de su casa y dar un paseo por el bosque. El otoño le había sorprendido con esa rapidez con la que llega, y esa pausa y tranquilidad en la que persiste. Renegado y con actitud enfadada, en su paseo solo veía tristeza y apatía, justo como la imagen que generaba su propia existencia. A buen seguro era consecuencia de que no podía olvidar su reciente desengaño amoroso.

El hada del bosque paseaba alegremente en ese nuevo y apasionante día. Su precioso vestido le llegaba a los pies y enfundaba su figura volando en su dinámico discurrir, al igual que su largo cabello que hacía lo propio con el viento que le golpeaba suavemente. Su sonrisa daba luz a cualquier sendero que transitaba. Aunque ya lo había olvidado, en tiempos atrás también tuvo sus momentos de tristeza y apatía solo que, una hada siempre vuelve a ser hada.

El duende pateaba las hojas caídas a su paso. Con un ánimo seco y agrío, su rostro solo expresaba amargura y desolación. Cabizbajo iba sendero adelante pensando solamente en regresar de vuelta a su casa, encerrarse en ella y así quitar de su vista esa triste estampa que deja el otoño. Era un duende pesimista y negativo.

El hada, en cambio, contemplaba asombrada la belleza que hay detrás del otoño. El ambiente dorado de las hojas que simbolizan la renovación para un nuevo comienzo. Los árboles desnudos y expuestos, los consideraba vivos y entusiasmados con la espera de nuevos brotes verdes. Era un hada optimista y risueña. 

En medio de un camino, el duende paró a descansar sobre una gran roca. Cogió una pequeña rama y se puso a juguetear con el fresco musgo que había bajo su asiento cuando, de repente, empezó a escuchar un ligero sonido musical. Era como un tenue silbido que venía en su dirección. Quedó inmóvil a la espera de ver que quien venía silbando al final del sendero.

El hada comenzó a cantar una canción de amor que su madre siempre le cantaba, y aunque no recordaba por completo la letra, sí que no había podido olvidar las notas musicales de su estribillo y que de pequeña le susurraba su querida madre al oído. 

"El corazón del hada no miente,  cuando descubre el amor, palpitará de manera diferente. No hacen falta príncipes ni reyes, ni tampoco caballeros, puede ser incluso un duende, siempre que sea amor verdadero...."

Era un tono alegre y pegadizo y del cual no podría desprenderse en todo el día pero que de repente cortó en seco cuando se percató de aquel ser...

"¡Por todas las flores del bosque!.- exclamó - ¿Es un duende lo que ven mis ojos?"

El pequeño duende no sabía qué decir.  

"¡Es la primera vez que veo un duende. Pensé que solamente existían en las canciones!. ¿Eres de verdad o lo que estoy viendo solo es un truco del bosque?

El corazón de la hermosa hada comenzó a latir a toda velocidad. El duende, inquieto y en silencio, la miraba observando cada uno de sus movimientos. El hada comenzó a sentir cierto cosquilleo en su barriga. Entonces, bajo un impulso desconocido hasta entonces por ella, sintió el deseo de acercarse al pequeño duendecillo y darle un tímido beso en su mejilla.

El duende rechazando tal acto, se levantó dispuesto a irse camino abajo, pero antes de eso, el hada le preguntó de nuevo:

"¿Por qué un duende tan hermoso como tú, es tan distante y apático con una hada que lo único que pretendía es abrirle su corazón?"

El duende la miró fijamente y esta vez sí, abrió su boca para decirle:

-- Sencillamente, porque no creo en las hadas. No existen --

Ésta, extrañada ante su reacción, al contrario de enojarse, giró sobre sí misma, y le dijo;

"Pues yo desde hoy sí creo en los duendes. Y por supuesto también en las canciones que hablan de ellos", y se marchó cantando esa pegadiza melodía. 

"El corazón del hada no miente....  



Cabeza la Vaca, 7 de diciembre de 2018. Imagen de Jesús Apa.


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