viernes, 28 de diciembre de 2018

Mar adentro

Cuando uno está frente al mar puede descubrir la majestuosidad de algo natural y, cómo a pesar de ser inmenso y ruidoso, nos transmite una paz y calma inusual. Uno puede pasar horas y horas observándolo, siempre está ahí, y su comportamiento es siempre el mismo, sencillo pero asombroso. A pesar de que siempre escuchamos un sonido similar, en cualquier mar de las distintas partes del mundo, a veces el mensaje que te da es diferente. Como muchas cosas en esta vida, que no se descubren hasta que no quieres hacerlo o simplemente no estás preparado para ello.

Pasa lo mismo que con la intuición, que cada cual tiene la suya, pero no todo el mundo reacciona igual o se deja llevar por ella, a pesar de que suele ser sabia aunque arriesgada, serena pero a la vez ruidosa, principalmente por todo lo que la rodea. Y ahí está su misterio, en el ruido de las cosas externas que, aunque las ves y las observas tal y como siempre lo has hecho (igual que el mar), tienes que dejar de pensar en ello para poder escuchar el mensaje de tu interior. Así funciona la intuición; como el ruido del mar que, cuando dejas de pensar en él, vienen a ti otro tipo de sonidos y mensajes. El ruido de las olas del mar es el mundo exterior, y lo que existe mar a dentro, viene a ser nuestra intuición. 

Hoy, precisamente a la vera del mar, recordé un cuento muy apropiado, sobre todo para el que siempre ha querido escuchar y confiar en su intuición... Dice algo así:


"El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía un millar de campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la escuchaban. 

Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas. 

Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó con toda atención. Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo. 

Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras... para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. 

Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. 

Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, para decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros. Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón... ¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra... Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y de alegría"

Si deseas escuchar lo que te dice el mar, a lo mejor debes dejar de escuchar siempre lo mismo (el romper de las olas).

Si deseas ver a Dios, mira atentamente la creación. No la rechaces; no reflexiones sobre ella. Simplemente, mírala.

Si tu intuición te ha hablado, no hagas tantas preguntas. Déjate llevar, que a buen seguro te conducirá a un buen lugar...


Praia Mole, Florianópolis, Brasil. 28 de diciembre de 2018. Fotografía de Jesús Apa.

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