viernes, 22 de febrero de 2019

Sesión 3. Trastorno bipolar. Parte II

El grupo se incomodó en su asiento, ya no solo por la rotunda afirmación de Gustavo de haber acabado con la vida de su padre, sino con la frialdad que lo dijo. A pesar de su enfermizo y desmejorado aspecto, no dejaba de aparentar ser una persona sensible, o débil..., o en cualquier caso, alguien incapaz de matar a una mosca. Aún así, nadie se pronunció al respecto, pues Gustavo no tardó en seguir hablando con su voz templada y dulce pero esta vez, rasgada y entrecortada. 

"Tuve que irme de casa apenas cumplidos los 18 años. Lamentablemente tuve que salir de ahí sin sueños, sin ilusiones y dejando atrás a unos hermanos y padres que no iban a aceptarme jamás. Yo era el raro, el distinto, la oveja negra. O más bien la deshonra de la familia, como así me dijeron alguna vez. Tan solo mi tía Julia, la hermana de mi padre, soltera y que vivía largas temporadas con nosotros, había mostrado por mi algún tipo de comprensión y afecto. Y sé que no lo mostraba en demasía por temor a mi padre.

Pero fue ella la que me ayudó a salir de casa y que, por mediación del cura del pueblo, me buscó un lugar en un seminario para formarme en Teología, aunque siempre supe que en cuanto tuviera oportunidad, saldría de allí tal y como hice un tiempo más tarde. Si bien es cierto que por todos mis compañeros y superiores fui aceptado y respetado, no iba a serlo nunca por su doctrina. 

Al menos ahí, pude desarrollar libremente mis habilidades, sin miedo a ser juzgado, y pronto me convertí en el sastre de todo el centro, no solo arreglando los hábitos y uniformes religiosos más sencillos, sino cualquier otra vestimenta eclesiástica; haciendo bordados y filigranas en los mantos, sotanas, túnicas y capas más singulares que luego usaban los curas en sus actos religiosos de mayor categoría".

El grupo escuchaba atentamente las palabras de Gustavo, que parecía haberse calmado y dispuesto a contar de forma detallada la historia de su vida. Pero algún pensamiento repentino volvió a llenarlo de rabia...

"!Dicen que jamás me perdonarán! Pero yo tampoco a ellos. Destruyeron mi infancia, mi juventud. Nunca fui un hijo querido, menos aún un hermano amado. Era el más pequeño, y me marginaron. Tenían que estarme agradecidos. ¡Malditos hijos de puta...!!!.

El grupo volvió a revolverse en su asiento ante la reacción de Gustavo que, incomprensiblemente, había pasado en tan solo unos segundos de un tono amable a un profundo ataque de rabia. Insultos, improperios, furia. De la sensibilidad y palabras emotivas, de repente dio paso al odio y la desesperación. El Doctor Martín, habló para el resto del grupo como si Gustavo no escuchara sus palabras...

-- El trastorno bipolar es una enfermedad mental severa. Las personas que la sufren experimentan cambios de ánimo poco comunes. Pueden pasar de ser muy activos y felices a sentirse muy tristes y desesperados... A la tristeza y desesperanza se les llama depresión. --

"Querido Doctor", -- volvió a intervenir Gustavo, y para asombro de todos, ahora mucho más calmado --. "Ya le he dicho en las ocasiones que hemos hablado, que ni tengo trastorno bipolar ni cualquier otro síntoma psicótico que se le parezca. Si estoy aquí, tal vez sea porque reconozco que necesito algún tipo de ayuda. O quizás, ni tan siquiera sea eso..., solo un poco de comprensión; ¡qué sé yo!. Lo único que pretendo es recuperar mi vida y olvidar todo lo que ha ocurrido, pero no sé si eso va a ser posible. Lo que tengo claro es que no quiero más medicamentos ni tratamientos experimentales. Solo necesito que alguien me entienda...".

-- Gustavo, y para eso estás aquí, ¿recuerdas?. Ese fue nuestro acuerdo. La psicoterapia puede ayudar mucho a las personas con trastorno bip..., bueno, puede ayudar mucho a pacientes como tú, si quieres evitar esa expresión. Y la psicoterapia o terapia de diálogo consiste en eso, en sacar de dentro aquello que se tiene y que tanto daño nos hace --.

"Pero Doctor, no puedo. Usted lo ha visto.... No puedo volver a hablar de eso, de todo lo que ocurrió. Me hace demasiado dañooo...".

Gustavo rompió a llorar como un niño pequeño. Por sus mejillas corrían sin parar las lágrimas. Avergonzado o tal vez incomprendido, tapó su cara con sus manos e inclinó su cuerpo sobre sí mismo en la silla. Su debilidad quedó aún más presente a la vista del grupo. Luisa, que estaba a su lado y compungida por aquella situación, no pudo evitar acercarse a él y tratar de consolarlo...

-- Trata de calmarte Gustavo, todos estamos aquí por algún motivo. Ibas bien, te estabas desahogando, contándonos la historia de tu vida, y todos tenemos una historia que contar, secretos que ocultar... Pero si te sirve de consuelo, ¡yo te creo! --.

Gustavo levantó su cabeza mostrando su cara aún sonrojada y llena de lágrimas, pero volvió a salir su lado más serio.

"¿Me crees? No sé a qué te refieres, pero si piensas que no maté a mi padre, te equivocas. Claro que lo hice. Si ahora tengo que considerar que estoy loco, lo podría aceptar. Pero jamás estuve tan cuerdo como cuando tomé la decisión de actuar cómo lo hice.

Cuando recibí la llamada de mi tía Julia diciéndome que volviera a casa, que algo terrible había pasado, no tuve dudas en volver allí y ser yo el encargado de acabar con la vida de mi padre...".   



Cabeza la Vaca, 22 de febrero de 2019. Imagen libre en la red. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario