viernes, 1 de marzo de 2019

Sesión 3. En el nombre del Padre. Parte III

"Planeé la muerte de mi padre al detalle. Ahora sé que él, jamás hubiera podido imaginar que fuera yo el encargado de hacerlo. Nunca creyó en mí y siempre me había tratado como una persona débil e incapaz de cualquier cosa, al menos aquellas a las que él considerara importante, menos aún de acabar con su vida. A pesar de las dudas de entonces, hoy sé que volvería a hacerlo una y mil veces si fuera necesario. Aprendí tanto de aquello..."

Sus compañeros estaban atónitos, sobre todo por la entereza y frialdad con la que Gustavo estaba contando aquella sorprendente historia. Pero nadie quiso interrumpirlo (al menos por el momento), y así seguirían escuchando el relato de aquel colega de terapia.

"A principios de verano del 2016, mi tía Julia me llamó para decirme que mi padre había enfermado gravemente. Un cáncer de huesos estaba consumiendo literalmente su vida. Su estado de salud estaba muy desmejorado y los dolores eran insoportables. Además de tener que comer a través de una sonda, estaba perdiendo la visión y apenas si podía hablar. Él, que había sido un hombre duro como el acero, se había convertido en un ser humano, como cualquier otro, pero frágil y moribundo. Todavía me cuesta asimilar las palabras de mi tía a través del teléfono...;

 -- Tu padre y yo hemos hablado sobre este asunto, y solamente tú puedes ayudarlo a darle una muerte digna--.

Las semanas siguientes a esa llamada, serían las más tristes y extrañas de mi vida. Un poco antes, mi tía y yo acordamos como actuar. Sería una noche en que ella estaba al cuidado de mi padre y que el resto de mi familia estaría fuera en un acto benéfico. Como si de un delincuente me tratara, aparqué la furgoneta que había alquilado frente a la casa donde nací y me crié, pero convertido en un desconocido, y llamé suavemente a la puerta. Mi tía y yo nos fundimos en un abrazo desesperado, pero no habría tiempo para más.

Había contactado unos días antes con la Asociación Holandesa para el Fin de la Vida Voluntaria (NVVE) a través de una buena amiga. Rápidamente se ofrecieron a ayudarme indicándome cómo proceder. Fue entonces que ya no tendría dudas en cómo sería la mejor forma de hacerlo y así atender la petición de ayuda de mi tía. Mi padre, a pesar de lo mal que se había portado conmigo, merecía una muerte digna y ambos sabíamos que solo yo podría ayudarlo.

Era una sensación rara. Mi padre iba tumbado en una camilla en la parte de atrás de la furgoneta, y su triste figura en esa larga noche, se presentaba ante mí en el espejo retrovisor cuando se cruzaba otro coche en nuestro camino. En el trayecto mi tía llamó a mi familia diciendo que iba a cumplir el último deseo de mi padre, visitando a un hermano que tenían viviendo en Alemania y que hacía años que no veían. Era su última voluntad y debían respetarla. Eso nos daría el tiempo suficiente para llegar a Holanda y cumplir con la voluntad real de mi padre, que era otra; morir dignamente y cuanto antes.

Recuerdo que mientras estaba amaneciendo, nos desviamos a una estación de servicio a repostar. Aparqué y bajé de mi asiento para ir a la parte trasera de la furgoneta. Nervioso y con cierto miedo abrí la puerta corredera y un  brillante destello de las primeras luces del día, entraron para iluminar aquel lúgubre habitáculo. Ahí estaba mi padre, mirándome. A pesar de lo trágico del momento, aquella luz marcó el principio de aquella aventura. Me dio la sensación que él me estaba sonriendo.

En ese instante comprobé que todo el mundo es humano, a pesar que siempre pensé que mi padre era una excepción. Y me equivoqué. Cómo si de un animal fiero y herido de muerte se tratara, el cáncer iba a sacar de su interior la parte humana que llevaba dentro. Y esa fue una de las primeras cosas que aprendí..., o que él quiso enseñarme en esos días. En el fondo, todo el mundo es bueno.

Cuando llegamos a Holanda y mientras resolvíamos todo el trámite burocrático, no me despegué de su lado. Debe ser que hay una paz que nos invade cuando se acerca el final. Existe algo que nos transforma, al menos a él lo hizo. A mi también. Porque el odio desaparece, y llega la aceptación. Entonces aparece otro amor, que ahora mismo, no sabría decir qué nombre tiene... 

El resto de la historia, es algo íntimo y que no es necesario contar. Todo lo que en esos días nos contamos, quedará por siempre entre mi padre y yo, a pesar que él ya apenas podía hablar...".

Llegado a ese punto, Gustavo no pudo evitar emocionarse . Por vez primera en toda la conversación, levantó la cabeza y dirigió su mirada al resto del grupo. Esbozó una media sonrisa, y pareció sacar nuevamente fuerzas para seguir hablando;

"La muerte de mi padre supuso para mí una verdadera tragedia, con unos enormes alti-bajos en mis sentimientos.... Eso si que supuso una auténtica locura para mí. No le desearía a nadie los días que pasé ayudándole a morir, pero tampoco los olvidaría por nada del mundo, pues son míos. Aprendí mucho sobre quién soy, quién era mi padre, qué significa el amor, qué significa perder algo que nunca pensaste que tenías y, por último, qué significa tener que soportarlo.

Sus palabras durante esos días siempre fueron discretas, como si hablara bajo el arrepentimiento. Aunque cuando todo estaba listo y debía autorizarme a firmar en su nombre, su propia muerte, parecía que había guardado para ese momento sus últimas palabras para dirigirse a los médicos que lo asistirían"; 

-- Él es el responsable de mi muerte, más aún de mi vida o lo que queda de ella. Nadie mejor que a mi hijo, el pequeño, para acabar entregándole el poco amor que me queda dentro y que nunca le di. Hágase de esta forma, tal y como dijo aquel..., en el nombre del Padre --.

"Mi padre, dicho esto y sin apenas fuerzas, consiguió hacer sobre sí, la señal de la cruz..."

El grupo de compañeros, uno por uno, acabó emocionándose. Unos más abiertamente, otros de forma discreta. Esperando a que alguien interviniera, y como no podía ser de otra manera, lo hizo Luisa, visiblemente compungida y con lágrimas en los ojos;

-- ¿Y tú que hiciste, ante aquella gran responsabilidad? --.

"Lo abracé,- dijo Gustavo -. Fue la primera y última vez que lo hice".

-- ¿Y qué le dijiste? --, volvió a preguntar.

"Nada, no le dije nada. Esos abrazos, siempre, se dan en silencio..." 


Cabeza la Vaca, 1 de marzo de 2019. Imagen libre en la red.

     


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