viernes, 28 de junio de 2019

El Sol y el Mar

Me encanta saber que siempre sale el Sol por la mañana. Con total seguridad, y estés dónde estés, siendo en cualquier parte del mundo, siempre saldrá para ti. Además, que no siempre es igual pues se contempla de forma diferente en función del lugar; puede nacer de distintas formas en cada una de las estaciones del año. En un día caluroso, en un día de lluvia, incluso a veces puede tardar en salir, pero finalmente lo hace. A mi me encanta cuando viene escondido tras alguna montaña, pero sin duda, la forma que más me gusta de cómo sale, es cuando lo hace impulsando sus rayos de luz hacia el Mar.

Imagina que vas caminando en la orilla, aún de noche, esperando el amanecer. Un calor tibio va tocando tu cara, que se va iluminando a cada paso. Y ahí viene llegando, apropiándose de las sombras, esas que habían dejado en la arena la noche que está acabando. Sientes ese fino aumento de temperatura que, junto con la brisa, es increíblemente insuperable.

Y piensas; otra vez alguien ha colgado el Sol ahí, para mi, para que ahora lo disfrute en el Mar. Eso me tranquiliza porque si ambos, el Sol y el Mar, me dan paz y calma, al primero me lo encuentro a diario, porque siempre ha sido así, en cambio el Mar, se hace más de rogar. No lo tengo siempre que quisiera. No siempre puedo decir que, sale el Sol, y me voy al Mar. Tengo que disfrutarlo allí dónde me toque estar.

Un día me ocurrió una cosa. Mejor dicho, me fui buscando al Mar, porque estaba esperando que algo pasara. Al igual que otras veces, fui poco antes del amanecer, y comencé a caminar descalzo por la orilla. Estaba totalmente convencido que el Sol saldría de un momento a otro pero, en esta ocasión, quería sentir su salida desde dentro del agua. Pero había un pequeño contratiempo, y es que al Mar en sí, a sus profundidades, le tengo temor. 

Pero claro, si esperaba que algo ocurriera, tenía que hacer algo distinto. Así que entré dentro, muy asustado, y eso a pesar que ya iba sintiendo a mis espaldas ese fino y sutil calor que me aseguraba que el Sol ya estaba apareciendo atrás de mi. Y cuando más asustado estaba, una mujer de piel morena y pelo largo, se presentó frente a mí. Estaba desnuda y los rayos de luz la debieron convertir en una sirena porque a pesar de mi miedo, me acerqué hasta ella. 

Tenía en sus manos un pan el cual, partió en dos y me ofreció la mitad. Alrededor de ella había miles de peces de todos los colores y me animó a ayudarla a darles de comer. Íbamos cortando en pedacitos el pan y los peces comían todas las migajas que dejábamos caer a nuestro lado. Una vez que acabamos de echarles todos los trocitos, me tomó de la mano y fuimos caminando hacia dentro.

Mientras lo hacíamos, me di cuenta que me había olvidado por completo del Sol, pero estaba seguro que como cada día, alguien lo había puesto ahí arriba para mi. El agua llegaba a mi pecho, al poco a mi cuello, y sin saber qué es lo que ocurriría, la miré, me sonrió, y me dejé llevar. Entré por completo en el agua, agarrado a su mano, y nos sumergimos completamente dentro.

Sin saber cómo, acabé en mi casa, sin explicarme muy bien lo que había ocurrido. Era aún de noche, pero intuí que quedaba poco para el amanecer. Así que decidí salir a verlo, y a pesar de la oscuridad de aquel momento, estaba totalmente seguro que llegaría la luz. En esas estaba cuando, justo en el preciso instante que el Sol se asomaba, la mujer de tez morena vino y me tomó de la mano. Juntos vimos salir el Sol, esta vez en la montaña. Pero entonces entendí que ella representaba mis miedos. Mejor aún, era quien conseguía anular mis temores. 

Ahora puedo decir, que todos los días veo salir el Sol con un trocito de Mar a mi lado...



Cabeza la Vaca, 28 de junio de 2019. Fotografía de Helena Rocha.  

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