viernes, 8 de mayo de 2020

La habitación del pánico

Joaquín es el líder indiscutible de toda su pandilla, incluso podría decirse que de todo el barrio. Sus once años recién cumplidos no reflejan en absoluto su maduro carácter y personalidad. A la hora de divertirse se decide lo que Joaquín dictamina en ese momento; ¡¿si le apetece jugar a la pelota?!, esa tarde hay partido. ¿Si lo que quiere es jugar a las canicas? Hay que hacerlo, incluso dejarse ganar por él pues, Joaquín, es de los que tiene muy mal perder.

Aquella tarde toda su pandilla lo vio salir de casa en parihuelas, entrando en la ambulancia y con destino al hospital. ¿Encenderán las sirenas? Se preguntaban unos a otros, sin prestar apenas atención al convaleciente Joaquín, aunque éste, a vista de sus amigos, trataba de disimular las terribles punzadas que sentía en el abdomen. No podía permitirse que sus amigos lo vieran flaco de valor.

Y en esas que ya se encontraba en la habitación del hospital, elegida a propósito por él,  esperando al doctor y haciendo un gran esfuerzo por evitar las enormes ganas de llorar que tenía, pues el dolor era cada vez menos soportable. Pero él era quien era, no podía perder su reputación y no fuera que alguien le delatara o contara a sus amigos su desfallecimiento.

Pero el doctor se retrasaba demasiado, o al menos esa era su percepción, y no sabía por cuánto tiempo podría hacerse más el valiente, aparentando que aquello, para él, no era más que un pequeño trámite. Muy pronto, estaría mostrándole a todos, su orgullosa cicatriz. Su corazón se aceleró cuando vio entrar a aquel imponente doctor con varias enfermeras y enfermeros, algunos aguja en mano a punto de actuar...

"Y bien, ¿cómo te sientes? ¿te duele mucho?", -- le preguntó el doctor al pequeño, mientras leía el diagnóstico en la tablilla. 

Joaquín estaba impresionado, acongojado, pero quería seguir mostrando entereza, aunque no le saliera ni el habla. Fue su madre la que habló por él...

"Parece que no le duele, aunque he de decir que mi hijo es el niño mas fuerte de todo su barrio. No le teme a nada. Se ríe del miedo, de la cobardía, incluso de cualquier superstición. Fíjese doctor, que incluso ha pedido ingresar en la habitación número trece, su número preferido a pesar de las supersticiones que conlleva", -- le dijo la madre al doctor con un guiño de complicidad.

"Uy, pues mire que yo soy muy supersticioso", -- siguió el juego el médico moviendo dubitativo su cabeza. Se acercó al pequeño, y le descubrió su abdomen para palparle mejor. Con dos dedos, apretó la barriga de Joaquín y éste, lanzó un enorme grito de dolor seguido de un puñado de lágrimas, las cuales ya no habría manera de contener.

"Hay que operar inmediatamente",-- dijo el doctor a su equipo en voz baja. 

El chico parecía querer decir algo, pero como no paraba de balbucear, sus palabras eran ininteligibles. Tardaba largo rato en calmarse, así que el doctor le pregunto;

"Quieres decir algo, hijo?"

-- ¡Siiiii!, -- le dijo sollozando. 

-- Quería decirle, que si usted prefiere otro número de habitación, por mi parte no hay problema en cambiarme... --



Cabeza la Vaca, 8 de mayo de 2020. Imagen libre en la red.   

     

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