viernes, 6 de marzo de 2015

Turixmo con X

En Enero de 2008, decido visitar con un amigo a la controvertida Cuba, donde, además de visitar otras zonas del país, permanecería por unos días en la capital, La Habana. Una ciudad maravillosa, colonial, con una historia fascinante. Rodeada de caribe, y con una luz, que contrasta con la oscuridad y misterio que siempre ha envuelto a su gente, principalmente por el siempre cuestionado gobierno, que de una manera u otra, ejerce el control de todo cuanto allí se mueve. Pero además de todo eso, Cuba es famosa por, según dicen o decían por entonces, ser un destino de turismo sexual. Lejos de querer comprobar eso, sí que me toparía de lleno con esa realidad, pero no serían precisamente momentos placenteros los que viví u observé.

Recomendados por un amigo cercano, nos pusimos en contacto con una familia cubana, los cuales de manera "altruista", nos enseñarían lo mejor, (y también lo peor), de La Habana. Lázaro era el patriarca de la familia, y Michael y su hermano, del cual no recuerdo el nombre, trabajaban con un coco-taxi, muy popular para el desplazamiento de los turistas. Michael, se quedaría con nosotros durante tres días, los mismos que permanecimos en la ciudad, y ejercería de anfitrión lo mejor que pudiera. En ello, estaba el llevarnos a buenos lugares para comer, las casas o "paladares" donde degustar la comida criolla, a comprar habanos en el mercado negro, siempre bajo su protección, y sobre todo, a llevarnos a los mejores lugares de copas que conocía. Su profesión, le permitía tener muy buenos contactos, de lo cual presumía con los turistas que frecuentaban su coco-taxi, pero por lo que percibíamos, no nos trataría como unos simples turistas, sino como los amigos que venían por recomendación de alguien, el cual se portó muy bien con su familia.

Michael, un tipo muy joven, alto y fuerte, no solamente te transmitía seguridad y protección por su físico, sino que realmente aparentaba tener todas las situaciones bajo control, aunque cierto es, que su forma de manejar el coco-taxi quizás decía lo contrario. Una vez pasado el primer día, la pregunta era casi obligada; "¿os apetece ir esta noche a una discoteca, y disfrutar la noche de La Habana?". En un ambiente vacacional y de ocio, y siendo el primer día de estancia en la ciudad, la cita era cuanto menos apetecible. "¿Y donde nos llevarás?, le preguntamos casi al unísono mi compañero y yo. Él, mirando su celular, nos dijo; "pues aún no lo sé. Os quiero llevar a una fiesta clandestina, de la cual, solamente conocemos su paradero los taxistas, y nos avisan un par de horas antes con un mensaje a nuestro teléfono". Aquello parecería una broma, pero tal era la seguridad en sus palabras, que sin querer saber nada más, acordamos que nos recogería en el hotel a la hora fijada, en la cual, ya conocería el lugar donde disfrutaríamos de aquella calurosa noche cubana.

Michael se presenta con su coco-taxi a la hora fijada frente la puerta del hotel. Su puntualidad, más que sorprendente, resultó bienvenida, puesto que nuestra intriga sobre donde iríamos esa noche, era cuanto menos considerable. Lo misterioso del lugar al que acudiríamos, se antojaba en nuestras mentes, en una mezcla de prohibido y exótico. A la pregunta de si ya conocía el lugar donde iríamos, Michael nos dice; "no hace mucho he recibido un mensaje de P.M.M indicándome el lugar. Está cerca de aquí, aunque os advierto que el local donde se celebra la fiesta esta noche es un poco pequeño". Como era evidente, preguntamos al mismo tiempo, "¿P.M.M?".  Sí, es la empresa que organiza este tipo de fiestas clandestinas. Su significado quiere decir, Por un Mundo Mejor!!!; nos dijo girando su cabeza hacia atrás y sonriendo, dejando ver sus dientes blancos resaltando sobre su piel morena. "Pero debéis estar tranquilos, ya que aunque es una fiesta más o menos privada, la seguridad es total", insistía para tratar de tranquilizarnos.

En unos pocos minutos, aparcamos cerca del lugar, a las afueras de la ciudad, y nos bajamos del coco-taxi siguiendo los pasos de Michael. Tras avanzar unos metros, dirigiéndonos a un descampado, empezamos a divisar una gran cantidad de personas haciendo cola. Muchísima gente, que parecían esperar su turno para entrar al local que se adivinaba a lo lejos. Al avanzar y acercarnos a la multitud, pudimos comprobar, que quienes ocupaban la fila, que en número estaría cercano a las doscientas personas, eran todas chicas jóvenes, entre 18 y 30 años. Vestidas elegantemente, subidas sobre tacones, con la piel bronceada y los labios manchados de carmín, posaban pacientemente en aquella explanada de tierra. Pasando al lado de ellas, y aún sin llegar a la puerta principal del local, Michael nos dice; "la entrada cuesta diez dólares, y tenéis derecho a entrar con vosotros hasta cinco chicas cada uno, las que queráis de la fila. Además, os dan 6 consumiciones. Yo por cada dos turistas, entro de manera gratuita".

Ni que decir tiene, que me quedé bloqueado. Hasta tal punto, que fue mi amigo cubano el que eligió a las cinco chicas que me "correspondían", y entramos adentro del local. Un antro oscuro, que contrarrestaba con la luminosidad de la cara de las cinco chicas, que veían la posibilidad de entrar en una fiesta, donde solamente habría turistas, y que, aunque la proporción sería de 1 chico "dispuesto" a todo por cada 5 chicas, alguna oportunidad tendrían. Tras bajar unas estrechas escaleras que conducían a la parte baja del local, me dirigí hacía las chicas, y les obsequié con una consumición a cada una de ellas, que canjearían inmediatamente por una lata de cerveza de la marca "Bucanero". Así fue, como de buenas a primeras, y sin que resultara extraño para nadie, ni tan siquiera para ellas, me encontraba en algo que parecía una discoteca, pero que realmente, era un "mercado sexual". 

Una vez dentro, el protocolo era el siguiente; la exclusividad para "negociar" con las cinco chicas que habían entrado contigo, eran de tu prioridad. Las descartadas, se "buscarían la vida" en el interior del recinto. Ellas, rápidamente entendieron que no habría negociación posible, pues nuestra intención era distinta a las suyas. Así pues, cada una agradeció el gesto de la invitación, y se fue a lo suyo. Michael, no perdía el tiempo, y ronroneaba con unas y con otras. Mi compañero y yo, nos limitábamos a observar lo que ocurría y a dejar que transcurriera la noche. Dado que el lugar era pequeño, en más de una ocasión nos cruzábamos con algunas de "nuestras chicas", empapadas en sudor, producto de sus bailes provocativos y sensuales en aquel lugar tan pequeño. En uno de esos cruces, me puse a conversar con una de ellas, concretamente, la que se había mostrado de manera más natural y menos sugerente. Francamente, una chica normal, que daba la sensación de mostrarse receptiva a "solo conversar", y me puse a hablar con ella, movido por la curiosidad de cuanto allí estaba sucediendo.

"Me gusta mucho el baile. Voy a clase todas las semanas", me dijo respondiendo a mi pregunta en referencia a qué se dedicaba. "Sí, pero me refiero, que donde trabajas". Volví a insistirle. "No, no tengo ningún trabajo. Me gusta el baile, y digamos, que me dedico a cuidar diariamente mi cuerpo". Le pregunté inocentemente a qué se refería con eso. "Bueno, ya sabes. Cuido mi cuerpo para que les guste a ustedes", volvió a decirme casi sonrojada. Ante la evidencia, decidí conversar con ella sin tapujos, y movido por la curiosidad, volví a preguntar. "Pero, ¿todas las que estabais ahí fuera os dedicáis a lo mismo?, o sea, ¿a "cuidar vuestro cuerpo"?.

Entonces me dijo; "Bueno, no es exactamente así. La realidad en Cuba es la que es. Aquí en este país, un médico gana entre 25 y 30 dólares al mes. Un sueldo medio, está en torno a los 15 o 20 dólares mensuales. Con esos salarios, es evidente que al final se promueve la picardía, la granujería, o como en este caso, el turismo sexual. Podríamos decir, que todas las que estamos aquí ganamos mucho más que en cualquier otra profesión." Yo, cariacontecido, y a pesar que ya había escuchado algo de esto antes de visitar el país, no daba crédito a las palabras de aquella chica. En parte, casi que estaba justificado su comportamiento o su manera de ganarse la vida. Pero la pregunta era casi obligada; "¿y tu sueldo cual es?, le pregunté. 

"Bueno, va en función de la suerte que tengas. Pero normalmente, por acostarme con un chico, suelo cobrar unos 10 dólares. De ahí tengo que pagar unos 3 dólares del alquiler de la habitación. Con lo cual, en un mes y con un poco de suerte, puedo sacar un buen sueldo para mí y toda mi familia". Mi asombro era aún mayor, al comprobar que su familia, era conocedora del funcionamiento de todo ese sistema y era más que asumido por todos ellos.

Al día siguiente, Michael decidió presentarnos a su novia, no sin antes, advertirnos que no le contáramos que habíamos estado en una discoteca P.M.M. Sin lugar a dudas, algo muy cuestionado por una parte de los ciudadanos cubanos, sobre todo, por aquellos que luchan diariamente por un salario que les permita, al menos vivir de manera digna.

Aquella conversación con esa chica, no salió de mi cabeza en mucho tiempo. Reflexioné mucho sobre la situación del país, sobre la manera de vivir y actuar de los hombres y mujeres de Cuba. De como aquella chica, justificaba la manera de "vender" su cuerpo. Del nivel de los salarios en Cuba, del estatus social, de todo el sistema económico de un país, a merced de un gobierno, que sin lugar a dudas, cuida, protege, y es conocedor del potencial del turismo sexual que allí existe, pues familias enteras viven de ello.

Aunque en mi reflexión, seguían circulando varias preguntas sobre mi cabeza. Y es que, si un médico cubano gana 30 dólares al mes por su trabajo, ¿cual es el valor de la dignidad en ese país....?


Varadero, Cuba.


El Malecón, La Habana, Cuba.


La Habana, Cuba.


Coco-taxi.



Lázaro.



Michael y su novia.


Cuba, Enero de 2008. Fotografías de Jesús Apa.
  



       



   

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