viernes, 29 de septiembre de 2023

Microrrelato; amarga despedida

Conocí a Luis Ramón cuando apenas mudé mis dientes. Un tipo serio y discreto, pero con una inteligencia y sentido del humor al alcance de pocos. Cuando en mi adolescencia salí del pueblo, pensé que no dejaría nada atrás que fuera a echar de menos, excepto a Luis Ramón. 

Cada vez que volvía en verano, no dudaba en ir a visitarlo a la discreta casa que tenía a los pies de la loma. Nos saludábamos de forma cortés, sin excesivos cariños, más que tocando la punta de nuestros dedos. Ahí sentados, en el quicio de la puerta, degustaba con él todas las tardes de una agradable conversación y un café amargo. Era un tipo que vivía como quería, trabajaba en lo que deseaba y lo hacía con pasión, y nunca jamás lo escuché quejarse por algo.

"El café debe ser acre, amargo, solo así podrás aprender a degustarlo pausadamente", me decía ante mis quejas por aquel fuerte sabor, al que nunca llegué a acostumbrarme.

Como decía, mi retorno al pueblo, siempre era en verano, pero ese invierno, tuve que hacer una excepción. Esa mañana entraban y salían de la casa del anciano amigos y familiares. Escuché que deseaba despedirse de sus amigos porque mañana por la tarde moriría.

Lo encontré sonriendo, limpia la mirada y con su mejor traje, negro e impoluto. El olor de los enfermos terminales es evidente. La muerte se huele; yo no la olía. Estaba recostado sobre una almohada. Lo saludé a su usanza: tocando la punta de sus dedos con los míos. No sabía qué decirle y él fue quien rompió el silencio. Me miró sereno y me dijo:

"Voy a morir. Lo tengo previsto. Ya he mandado donar todas mis pertenencias. Me iré limpio del corazón y de la conciencia, el padre ya me confesó".

—No te vas a morir — le respondí.

Lo veía tranquilo. No tenía signos atrevidos de enfermedad.

"Así está dispuesto. Ya sé en qué lugar quedaré. Escogí en lo alto de la loma, para que mire hacia mi casa".

El cementerio tenía una parte en la loma. Desde allí, su casa era visible.

—No te vas a morir, no todo sale como uno piensa. Verás que mañana tomaremos café y retomaremos nuestra última charla. — Y me despedí con respeto, pero con un miedo terrible.

Nunca supe qué sucedió. El anciano habló de la muerte como si fuese parte de la vida, como decir mañana haré esto y lo otro. Cierto, murió en la madrugada, claro de conciencia, con su traje impoluto, con un adiós pendiente, y está enterrado en la loma, mirando hacia su casa a la que volverá cada año.

Y yo, me siento un cobarde, por evitar una amarga despedida, tanto más, que aquellos cafés...


Fuente de Cantos, 29 de septiembre de 2023. Imagen libre en la red.



 

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